martes, 28 de abril de 2015

Caché, demasiado escondido


‘CACHÉ’ de Michael Haneke
Ficha técnica
Director: Michael Haneke.
Intérpretes: Daniel Auteuil (Georges), Juliette Binoche (Anne), Maurice Bénichou (Majid), Annie Girardot (Madre de Georges), Lester Makedonsky (Pierrot), Bernard Le Coq (Editor), Walid Afkir (Hijo de Majid), Daniel Duval (Pierre), Nathalie Richard (Mathilde), Denis Podalydès (Yvon), Aissa Maiga (Chantal).
Producción: Margaret Menegoz y Veit Heiduschka.
Guión: Michael Haneke.
Fotografía: Christian Berger.
Música: Sin música.
Montaje: Michael Hudecek y Nadine Muse.
Año de producción: 2005.

Caché es una película de 2005 escrita y dirigida por Michael Haneke. Está protagonizada por Daniel Auteuil y Juliette Binoche, quienes interpretan a Georges y su esposa Anne, un matrimonio burgués amenazado por unas extrañas cintas de vídeo grabadas justo enfrente de su casa.

El largometraje es una coproducción entre Austria, Francia, Alemania e Italia. Haneke recibió el galardón a mejor director en Cannes en 2005, y posteriormente cosechó cinco premios del cine europeo, entre ellos mejor película, mejor director y mejor actor.

Y la premisa es esa, un matrimonio burgués que recibe unas misteriosas cintas de vídeo que ni por asomo sabemos de donde proceden y que son imposibles de filmar sin que sus víctimas se percaten de la posición de la cámara. A no ser…que el perturbado psicópata que las envía sea el propio Haneke.


Y con esta hipótesis se sostiene todo el entramado de la película, en ese que tanto le gusta hacer el director austríaco, eso que tanto nos incomoda, provocarnos. Porque podríamos ser nosotros, también, los que envíen las cintas, al fin y al cabo como espectadores lo que nos hemos sentado a ver en la butaca es un conflicto. Así que debemos al menos en eso estamos de acuerdo con el “malo” de la película. Queremos ver cómo se las arreglan nuestros héroes ante la adversidad, como se retuercen al recordarles cosas que quieren olvidar, y cómo saldrán de esta.

El voyeur que no quiere ser visto, que no quiere ser descubierto. Y sin embargo, el enfado al terminar la película, sin cabeza que cortar, sin villano, es monumental. Pero qué podríamos esperar del autor de Benny's Video(1992) o Funny Games(1997). La idea del director, según reconoce, es hacer remover las conciencias de los espectadores, de reflexionar acerca de hasta qué punto estamos en el lado de los buenos o si lo que nos atrae es el lado del villano.



En su postmodernidad, el director austríaco nos pone en la tesitura de vislumbrar el origen de unas cintas que remueven un pasado oculto del protagonista, Georges, acerca de unos acontecimientos que se dieron lugar en su infancia, con un niño argelino al que le hizo alguna que otra jugarreta. Como los dibujos remiten a esos sucesos, Georges decide buscar al adulto argelino y amenazarle para que lo deje en paz.

Haneke hace que nos pongamos en el lugar de un personaje desesperado y burgués que decide culpar de su tormento a un inmigrante, y nosotros caemos. Pensamos que por qué no, sus razones tendrá, y seguro que al final se resuelve que éste era el culpable. Al fin y al cabo tendría sentido, el pequeño Georges era un poco puñetero, según cuenta en una confesión. Pero éste termina suicidándose y Georges sigue recibiendo cintas. Ahí es donde se abre el abanico de posibilidades que Haneke nunca cierra.

Bajo una dirección correcta y una elección de planos tan pobre que parece haber tirado de más con la cámara doméstica de sus misteriosos vídeos, el director se refugia en su objetivo y en su diálogo con el espectador.

Se salva la interpretación de Juliette Binoche y la espectacularidad del susto del suicidio de Majid. Destacar la figura del hijo de Majid, que aparece al final de la película, amenazante, como el clavo ardiendo que estábamos esperando para culpar, pero que de nuevo nos deja perplejos. Haneke nos la ha vuelto a jugar. Hemos caído en el prejuicio con no uno, si no dos inmigrantes.


El reflejo de una sociedad burguesa parisina queda más que patente. La problemática con el pueblo argelino en la capital francesa y con la inmigración en general son el tema principal del que el director se vale para presentar un conflicto más profundo: somos espectadores de injusticias y hacemos nada. Seguimos viéndolas y somos, en ocasiones, espectadores pasivos o incluso ávidos de las mismas, y no pasa nada.

Y de la misma manera que el protagonista no se hace responsable de lo que hizo hace cuarenta años, la Francia y la Europa actual no se hace responsable de las atrocidades que se acometieron contra los inmigrantes a mediados de siglo.

La vacuidad de la película se encuentra en los silencios y en la falta de música. Un silencio para reflexionar. Reflexionar sobre un pasado común que se siente culpable en el presente, que no quiere destaparse, que permanece, como el título de la película, escondido. Y que es mejor no desenterrar, como se explicita en la discusión entre Georges y Anne.

Otras películas del director austríaco como Amour (2012), respiran excesivamente en silencios eternos que parecen guiarnos hacia algún sitio, pero que no definen nada concreto. El poso que nos queda de estas imágenes estáticas es una sensación difícil de digerir. Queremos dejar de mirar pero no podemos. La pantalla nos atrapa en su incomodidad.



Sin embargo el cliente siempre tiene la razón. Es verdad que si vamos a ver cine del austríaco debemos ir concienciados y no esperar, como en este caso, un thriller que te haga un resumen al final de todo lo que te has estado perdiendo. Haneke experimenta, no hace cine, como él mismo afirma. Así que era de esperar que el público medio no respondiera con la mejor de las sonrisas al final de este film, demasiado abierto para ser verdad.

Recuerda en su premisa a Carretera perdida (1997) de David Lynch, aunque aquí se aleja de la perturbada historia de Lynch y prefiere enfocarlo desde un punto de vista más cotidiano. Quiere hacernos partícipes, y para ello debemos vernos reflejados en los protagonistas.

Cabe destacar la potente credibilidad de los diálogos, fundamentales para estar con ellos en esta casa del centro de París. Haneke consigue que te sientas como en casa. Como lo peor, un final desacertado que no compensa por la experimentación del austríaco, y que sólo destaca por una ambientación creíble en el resto del largometraje.





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