martes, 28 de abril de 2015

Humbert Humbert y Lolita en Madrid




‘La flaqueza del bolchevique’

-          FICHA TÉCNICA
Título original: La flaqueza del bolchevique
Año: 2003
Duración: 95 min.
País: España
Director: Manuel Martín Cuenca
Guion: Manuel Martín Cuenca (Novela: Lorenzo Silva)
Música: Roque Baños
Fotografía: Alfonso Parra
Reparto: Luis Tosar, María Valverde, Mar Regueras, Nathalie Poza, Manolo Solo, Jordi Dauder, Yolanda Serrano, Enriqueta Carballeira, Ángela Herrera, Rubén Ochandiano, Roberto Gago, Daniel Grau, José Antonio Izaguirre
Género: Drama. Romance. Amistad
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“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.”

Era siempre María. Ma-rí-a. Esto es lo que habría resultado si nuestro protagonista se hubiera llamado Humbert Humbert y no Pablo López, un nombre normal en una vida normal sin mayores altibajos que un accidente de coche a veinte por hora. Pero María no distaba demasiado de esa Lolita de Nabokov que, al igual que en ‘La flaqueza del bolchevique’, nos planteó la pedofilia desde otro punto de vista. Y el punto de vista es, maquillado de historia de amor, el de un hombre solitario cuyos ojos desprenden la mayor admiración hacia una niña que representa todo lo que perdió a los veinte años, cuando aún no era lo que es ahora, cuando aún quedaba alguna esperanza.


La trama se inicia con un accidente de coche con una pija madrileña que a Pablo le parece una niñata insoportable. De repente, la idea de hacerle la vida imposible le parece lo más entretenido, hasta que conoce a María, su hermana adolescente, y deja de lado el plan de acoso, centrándose en una lolita del centro de Madrid algo adelantada a su edad.

Sin embargo, La flaqueza del bolchevique nace como la tercera novela de Lorenzo Silva, escrita en 1997 y finalista del Premio Nadal el mismo año. Como se explica en la novela, el título procede de una anécdota acerca de un bolchevique con el que Pablo se siente identificado, un bolchevique que siente un amor frustrado por una duquesa, a la que viola momentos antes de su ejecución, historia que nos adelanta el desenlace de esta historia. Al igual que al bolchevique, la flaqueza de Pablo es un amor imposible y utópico.

Es precisamente esta conexión con la obra literaria lo que no deja respirar una cinematografía destacable en la película. No destaca por una fotografía ni un montaje interesante, mucho menos por los puntos de giro que podrían haberse dado si no se hubiera respetado en tanto la obra original. Por otro lado, se presenta lenta y académicamente correcta en la elección de planos, pero pobre para lo que la historia pedía a gritos. María Valverde, encantadora para ser su papel debut, no explota sin embargo una lolita pícara como la que podríamos ver en adaptaciones como la de Sue Lyon de la  Lolita (1962) de Kubrick, lo que es de agradecer para reforzar la inocencia que supone el atractivo que suscita en Pablo. Los papeles aun así se van intercambiando entre acosador-acosado entre los dos, un fenómeno interesante que termina por nivelar una balanza que pese a todo, no termina en historia de amor. No como podríamos apreciar en historias de amor más desarrolladas como la de Natalie Portman –en un debut espléndido- y Jean Reno a la dirección de Luc Besson en León (1994).




La historia de Pablo y María es una vía de escape que se va de las manos. Y así se representa en el tramo final de la película, con un Luis Tosar que interpreta una escena trágica de forma aceptable cuando podría haber sido en manos de otro ridícula o poco creíble. Una escena que el propio Tosar califica como una de las peores de preparar de su carrera. En ella puede verse el fin de una historia condenada desde el principio, que termina sin embargo de una forma excesivamente abrupta para lo que necesitaba contar: la condena a una relación entre una adolescente menor de edad y un hombre solitario. Un final predecible que recuerda a una tragedia griega por excesiva simpleza.

Pero el campo de juego para esta partida de ganadores y perdedores no es una ciudad griega. Es una Madrid que representa el infierno nihilista del protagonista, una ciudad llena de gente que habla de la gente, de prejuicios, de picaresca y de, incluso con una plaza de parking y un trabajo seguro, de clasismo. Pablo no es feliz. Pablo se pone música alta para no pensar, y está harto de su día a día. No le gusta su trabajo y realmente no sabe qué le gusta. En su camino hacia el trabajo un accidente de coche supone un tropiezo en su vida con algo que hacer. Y así es como se convierte en un acosador que llama a las tantas y espía a la pija a la que quiere destruir psicológicamente. De entrada, podríamos decir que es el sujeto perfecto al que encajaríamos una historia de pedofilia más bien agresiva y perversa. Un villano que pasa por antihéroe y termina en un casi-héroe por no llegar a mayores con María. El casi-héroe que llora por su amada muerta a manos de los villanos.

Una reversión del concepto de la bella y la bestia en unas personalidades que intentan alejarse del arquetipo de cuento, pero que encajan dentro de una sociedad donde el villano no lo es tanto, y el héroe se deja llevar por las tentaciones. María quiere hacerse la mayor fumando el mejor tabaco y quedando con un hombre mayor que ella. Pablo se deja llevar por una venganza a medias y la fascinación por una adolescente.

Sin lugar a dudas, una historia que podría haberse valido de otro lenguaje para contarse de manera más efectiva y más memorable en la retina del espectador. No hay huella de un director que, como otros directores españoles, se nutre de la contemporaneidad del drama social, pero que no revela grandes matices en su diseño de producción o en su elección de planos. La huella del director, de hecho, es un montaje poco meditado, que resulta en una falta de ritmo y cierta lentitud, como puede apreciarse en La mitad de Óscar (2010) o Caníbal (2013). Al menos se agradece la falta de silencios a causa de resultar una adaptación literaria, algo de lo que si suele abusar en otras de sus películas. La historia en sí queda contada de forma excesivamente literaria a través de escasos primeros planos, que lejos de acercarnos a la psicología de los personajes nos mantienen alejados de todos ellos. Apenas sentimos una identificación con alguno de ellos ya sea por esa lejanía o por la corta duración de esos puntuales planos más cercanos.

La banda sonora llevada por Roque Baños que repetiría más tarde con Tosar en Celda 211(2009) resulta efectiva en su dramatismo, compaginada con pulsantes canciones de Extremoduro que retratan la situación del protagonista.

La iluminación nos muestra la historia de Pablo y María en espacios luminosos que dotan de cierta divinidad y bucolismo a sus encuentros. Un parque, lleno de árboles y retirado de la ciudad; una piscina de suelos blancos y grandes ventanales. Todo ello revestido por conversaciones intimas pero nada sexualizadas nos hacen apreciar la relación desde un punto de vista más catártico, calmado y puro, incluso en la escena final, desde la cual puede verse la ciudad como si en lo alto del monte Olimpo se encontraran y esperasen el juicio de la sociedad caer sobre ellos. Todos los espacios donde Pablo y María se encuentran son abiertos y espaciosos, símbolo de la libertad que se muestran entre ellos manteniendo esa relación, aunque secreta, al aire libre. Por excepción la piscina es amplia y apenas hay gente que pueda interrumpir su retiro del mundo.




Por el contrario, los espacios cerrados están provistos de cierto ahogo hacia nuestro protagonista. Todos ellos suponen todo aquello de lo que querría deshacerse. El coche parece representar un recipiente que transporta todo lo malo de la vida del personaje, como si se tratara de una conexión con su realidad, cargado de infortunio. Lo lleva hacia el parking, como en una bajada a los infiernos de su vida, aunque sea en una flagrante torre donde pasa sus días trabajando siendo todo aquello que repudia. Asimismo, es dentro del coche donde, a pesar de ser un lugar más íntimo, ocurren los pocos momentos desagradables con María, como la revelación de su verdadero nombre, o el propio desenlace, donde es el coche el que los lleva a su perdición. En un plano final de escena puede verse el automóvil abierto de par en par, como si hubiera dejado salir la maldad en la tragedia que se produce próxima a él.

En conclusión, resulta una película interesante por el tratamiento narrativo de la historia pero no destaca por sus elementos audiovisuales, por lo que se queda en una excesiva fiel adaptación de la obra homónima que sólo destaca por una resaltada interpretación, especialmente por la jovencísima María Valverde, y por lo tanto por el trabajo de dirección de actores de Manuel Martín Cuenca.




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