martes, 28 de abril de 2015

La piel que me hiciste habitar



‘LA PIEL QUE HABITO’ de Pedro Almodóvar

Ficha técnica
Director: Pedro Almodóvar
Intérpretes: Antonio Banderas (Robert Ledgard), Elena Anaya (Vera), Marisa Paredes (Marilia), Jan Cornet (Vicente), Blanca Suárez (Norma), Bárbara Lennie (Cristina), Eduard Fernández (Fulgencio), Roberto Álamo (Zeca), Susi Sánchez (Madre de Vicente).
Productora: El Deseo S.A.
Guión: Pedro Almodóvar (Novela: Thierry Jonquet).
Fotografía: José Luis Alcaine.
Música: Alberto Iglesias.
Montaje: José Salcedo.
Año de producción: 2011.

La piel que habito es la decimoctava película del director manchego Pedro Almodóvar, estrenada en 2011 y cuyo film cuenta con cuatro premios Goya, entre ellos, a la mejor actriz protagonista por la actuación de Elena Anaya en el papel de Vera. También ganó el BAFTA británico a la mejor película extranjera.

La trama versa en torno de Robert Ledgard, un científico de Toledo que ha perdido a su esposa en un accidente y que, tras intentar salvarla en vano de las quemaduras, decide proyectar en un chico a través de todo un cambio de piel e identidad la persona de su esposa fallecida. El chico resulta ser su conejillo de indias después de que en un desafortunado encuentro con la hija de Robert, el científico, la viola y deja desamparada en el jardín de una fiesta.


Durante toda su trayectoria Pedro Almodóvar no ha dejado indiferente a nadie. Tanto sus detractores como sus seguidores coinciden en la importancia del director español ya sea dentro o fuera de nuestras fronteras, si bien haya sido por sus buenas o malas películas. Un estilo labrado en su estética como en sus tramas bien le ha valido un hueco en la historia del cine mundial, creando tendencia en otras cinematografías, aunque sea harto difícil asemejarse a su cine.

Mucho ha llovido desde que el director naciera de la movida madrileña con tramas algo kinkis y marginales de la sociedad de entonces. Ahora su inspiración nace de tramas en personajes de las altas esferas, de negocios, y de lujos. De una burguesía algo americana instalada en una mansión en Toledo, por ejemplo. La sexualidad es un tema muy perpetrado por el autor, además de los numerosos desnudos (sobre todo femeninos) que tanto abundan en el cine español y que, en numerosas ocasiones no tienen justificación alguna. Sin embargo, sus protagonistas suelen ser mujeres de carácter, estereotipadas pero con mucha fuerza en sus argumentos.

En este caso, La piel que habito está basada en la novela Telaraña de Thierry Jonquet, una novela negra que entraña los secretos de un círculo peligroso entre un hombre enfermo de venganza, la locura que envuelve a los personajes, y un secuestro muy particular. Todo ello maquillado con el pincel de Almodóvar resulta en esta película, que aunque parte de una trama muy almodovariana, parece un punto y aparte en la carrera del director. Una historia perturbadora que se distancia de obras anteriores en su filmografía.



Antonio Banderas interpreta a un cirujano plástico de forma magistral, aunque los diálogos del director no le hagan justicia. Aunque podamos apreciar a un psicópata de los que ya no quedan, a Antonio haciendo de Robert se le coge cariño. Entre algunas conversaciones con Marilia (Marisa Paredes) comprobamos que Robert no es más que un hombre que se ablanda con las mujeres, y vislumbramos que su único deseo es recuperar a su esposa carbonizada en el accidente. Todo eso de que el fin justifica los medios parece ser el leit motiv para nuestro vengativo científico.

Para conseguir una piel ignífuga la cobaya será Vicente (Jan Cornet), un chico que desafortunadamente se topa con esta excéntrica familia. Conoce Norma en una fiesta, la hija de Robert, una chica perturbada que se medica con asiduidad, y a la que solo le faltaba aquello. Vicente la viola y la deja recostada con el delicado detalle de vestirla para cuando la encuentre su padre, que buscará a Vicente y lo transformará en Vera (Elena Anaya), una mujer transexual que se asemeje a su esposa.

Robert, por tanto, se presenta como un nuevo Frankenstein toledano, con la misma garra y convención que tendría el moderno Prometeo de Mary Shelley en su novela. En un principio, nada se interpone ante su obstinación, excepto su debilidad. Dejar libre a Vera, interpretada por una maravillosa y merecidísima ganadora del Goya Elena Anaya, sería su perdición.

Y así termina, trágicamente, la historia de un monstruo y su sirvienta, la cual, con su maternidad secreta, permite y avala cada atrocidad de su hijo con fidelidad perruna.

Exceptuando alguna escena excesivamente sensacionalista con cierto individuo vestido de carnaval, la película funciona bien y crea la intriga que se propone. Sin embargo, cabe preguntarse si la novela homónima (como suele ocurrir) supera o no la adaptación cinematográfica.

La película además, aunque cuidada en una gama cromática que va de entre el rojo, el blanco y el negro, dista de otras colorimetrías del director, reconocible por su estética, sin embargo permanecen unos colores saturados fielmente almodovarianos.



Por otro lado, el juego de luces y sombras de la fotografía recuerdan a la utilización y referencia de distintas obras de arte que aparecen claramente en plano durante el film, como pueden ser la Venus de Urbino de Tiziano o algunas alusiones al arte de Louis Bourgeois. Jean-Paul Gaultier colaboró además parte del vestuario, puesto que la película tiene una carga simbólica importante con respecto a la moda. Vicente trabaja en la tienda de su madre, modista, y luego parece ponerse a confeccionar bustos con trozos de tela, como si la tela simbolizara una segunda piel.

La película resulta elegante y tiene un buen ritmo, apoyado en gran medida a una potente labor de montaje y a una banda sonora soberbia en manos de Alberto Iglesias, que ya había puesto música a muchas de las películas del director, como Los abrazos rotos (2009), a la que recuerda la trama de este film. Al igual que Vera, Lena, Penélope Cruz, que iba a tomar el papel de Elena Anaya como Vera en un principio, está encerrada en una mansión dorada por Ernesto Martel, un adinerado empresario obsesionado con Lena.

Pero en Los abrazos rotos la damisela en apuros tenía a un héroe que quería rescatarla. En La piel que habito, la damisela antes fue un hombre y ahora nadie sabe quién es. ¿Cómo podría rescatarlo nadie? La identidad juega entonces un papel fundamental en esta película que, siendo planteada desde el punto de vista de una transexualidad no deseada, es, de alguna forma aceptada a duras penas. A través del yoga, Vicente encuentra un lugar donde no ser Vera, un lugar donde ser libre.

La dirección de arte queda coronada por una habitación intrigante y cómodamente fría, en cuyas paredes Vera escribe su tortura y dibuja como su vía de escape. Ciertas escenas muestran algunos objetos que Vicente necesita para facilitar el proceso de regeneración de su nueva vagina, unas imágenes irrisorias para el espectador en medio de tanto drama.



A través de flashbacks conocemos el pasado y el porqué de las acciones de los personajes, lo que no ayuda del todo a comprender la desproporcionada venganza del cirujano. Cierto tono feminista se vislumbra en la escena álgida de Vera, cuando da muerta a sus captores, en la que vemos a un Robert débil que se ha dejado llevar por el amor por su creación. La fatalidad del monstruo que resulta de confiar en su víctima.

Por último, señalar la destacable actuación de Elena Anaya como lo mejor del film, agradeciendo a una indispuesta Penélope Cruz para el papel que si bien no lo habría hecho mal, resulta refrescante una nueva cara en el catálogo de actrices fetiche de Almodóvar.


Con todo, la película cojea de fallos de coherencia con el personaje principal, que se acuesta con el chico que viola a su hija después de haber sido violado por un hombre vestido de tigre, que a su vez se fugó con su esposa ya muerta. Resulta por tanto una cinta completamente inverosímil, que sólo se salva por la interpretación de Anaya, por una buena dirección de arte y una imponente banda sonora. 


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